Por María Teresa Fuenmayor Tovar
¡Había tenido tanta mala suerte con sus maridos...! ¡Con todos! Habían sido duros como el mango de ese cepillo, pero jamás serviciales o colaboradores y menos aún acariciantes como este otro marido.
Bajo la ducha, cuando ya el agua bautizante había arrastrado consigo sudor y lágrimas se rió de sí misma al pensar que, de todos, el mejor había sido este otro marido inerte y de plástico.
Fresca se asomó a la ventana, sacando la cabeza y medio cuerpo fuera de ella y dejando la soledad dentro del cuarto -sola también-.
Pronto la alcanzaría el nuevo año, se entremezclaba el bullicio de la gente con los sonidos de los fuegos artificiales, la música a todo volumen que salía de cada casa formando una cacofonía no desagradable sino alegre.
El camino hacia su casa estaba bordeado por las luces navideñas que se había dado la tarea de colocar de árbol a árbol y la oscuridad luchaba tratando de apocar las lucecitas multicolores que seguían triunfantes en su tarea de agregar alegría y color a la noche ya alegre de por sí.
Unas campanadas llenaron el aire y se llegó al culmen esperado: el abrazo de fín de año.
Volvió dentro de su cuarto, recuperó su soledad y se quedó dormida abrazada al retrato de su último marido...aquel que se había ido justo cuando comenzaba a acomodarse.
Sitio web de la imagen: http://jimegatica.blogspot.com/2011/12/mi-soledad-y-yo.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario