Por: María Teresa Fuenmayor Tovar
Sin embargo, al tener un puesto de importancia, y por aquello de que uno no es monedita de oro para caerle bien a todo el mundo también tenía enemigos.
Uno de ellos, se ocultó una noche tras unos matorrales o mogotes -que debían ser paso obligado para mi abuelo- con la intención de asesinarle de un tiro.
Mi abuelo pasó a caballo, con sus altas polainas, pero el disparo no sonó.
Días después, por azares del destino, o porque pueblo chiquito infierno grande y que tarde o temprano todo se sabe , mi abuelo se enteró de la emboscada preparada y de la que se había librado porque su enemigo no tuvo valor de dispararle al verle pasar no solo como esperaba sino en medio de muchos jinetes vestidos de blanco que le rodeaban.
La precaución del hombre emboscado fue razonable. ¿Lo extraño? Que esa noche mi abuelo sí anduvo por ese camino y pasó frente al matorral pero COMPLETAMENTE SOLO.
La explicación que mi abuelo dió al hecho fue que lo habían protegido las Ánimas del Purgatorio, de las cuales era devoto y a quienes nunca olvidaba encender velas los días lunes.
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