miércoles, 12 de octubre de 2011

L A EMBOSCADA

Por: María Teresa Fuenmayor Tovar

Mi abuelo, el isleño, era administrador de la hacienda de cacao Las Niñas en Caucagua, Barlovento, Venezuela,  alrededor del año 1.915. Tengo entendido que era muy querido ya que además era lo que llamamos acá un curioso y, por lo tanto, cuando algún niño tenía mal de ojo  (o maldiójo)  facil de reconocer por manifestarse como un estado febril que no cede ante medicamento alguno, acompañado además de defecaciones de color verdoso, era el encargado de ensalmarlo o rezarlo. El niño sanaba y los padres quedaban agradecidos.
Sin embargo, al tener un puesto de importancia, y por aquello de que  uno no es monedita de oro para caerle bien a todo el mundo  también tenía enemigos.
Uno de ellos, se ocultó una noche tras unos matorrales o  mogotes -que debían ser paso obligado para mi abuelo- con la intención de asesinarle de un tiro.
Mi abuelo pasó a caballo, con sus altas polainas, pero el disparo no sonó.
Días después, por azares del destino, o porque pueblo chiquito infierno grande y que  tarde o temprano todo se sabe , mi abuelo se enteró de la emboscada preparada y de la que se había librado porque su enemigo no tuvo valor de dispararle al verle pasar no solo como esperaba sino en medio de muchos jinetes vestidos de blanco que le rodeaban.
La precaución del hombre emboscado fue razonable. ¿Lo extraño? Que esa noche mi abuelo sí anduvo por ese camino y pasó frente al matorral pero COMPLETAMENTE SOLO.
La explicación que mi abuelo dió al hecho fue que lo habían protegido las Ánimas del Purgatorio, de las cuales era devoto y a quienes nunca olvidaba encender velas los días lunes.


Sitio web de la imagen: http://www.artistamundo.com/ZonaMenuPersonal/ArtistaMundo1_5/Front/SitioPersonal/MyGallery/_vvSbxFu-4o7h9YVRixgSpuHbc4jApVsLiUxQ1NHEPwkrBUljR27pOw

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