Por: María Teresa Fuenmayor Tovar
Como debido al proceso electoral las vacaciones ya de por sí largas se alargaron más, ya al final de las mismas se aburrió -sobre todo por el hecho de no poder salir con la frecuencia deseada debido a las diarias lluvias vespertinas-.
La noche anterior al inicio de clases me manifestó:
-Mamá, ¿Sabes qué? Me alegro de que comiencen las clases. Seguro que los demás niños piensan lo mismo pero no se lo dicen a sus mamás para no parecer ridículos.
Otra representante me hizo el comentario de que la maestra que le correspondía ese año no se caracterizaba precisamente por su paciencia. Suspiré, sabiendo lo dificil que es a veces tener paciencia con un sòlo niño y que la maestra tendrá qué habérselas con 30 a la vez...y...ninguno es familia suya; por eso, el primer día de clase apenas llegamos a casa le pregunté con tono casual...: -¿Y? ¿Cómo es tu maestra? La respuesta no se hizo esperar:
-No sé para qué me preguntas cómo es mi maestra si todas son iguales: primero llegan muy contentas con uno, despuès, cuando nos empezamos a portar mal se ponen gruñonas.(Hoy cuando salía del salón se formaba ese alboroto que daba vergüenza porque se oía hasta el patio de abajo.) Y después, cuando termina el año escolar, están felices de que pasemos de grado porque no tienen qué vernos más. ¡Y eso pasa en todos los salones!
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